Comentario
La arquitectura española de la segunda mitad del siglo XVIII, desde la perspectiva de los valores más afianzados del reinado de Carlos III -la Ilustración, la Academia o el Neoclasicismo- no siguió como tradicionalmente se piensa un camino unívoco, sino varios, dentro de los cuales las personas y sus ideas circularon libremente. ¿Qué situación ocupa y cuál es el papel de Ventura Rodríguez a lo largo de más de cincuenta años de actividad durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III, de quien prácticamente es coetáneo? La generalizada consideración de Rodríguez como un arquitecto del Neoclasicismo debe desecharse, aunque a veces convenga matizarla.
Por formación, inclinación personal y encuadre en el gusto hispano de su tiempo fue un arquitecto que se expresó dentro de un Barroco clasicista de origen italiano, dotando de progresiva relevancia al lenguaje de los órdenes arquitectónicos, de los que emana la belleza de los edificios, antes que del ornato superfluo, y fue representante de una Academia de Bellas Artes que las reguló a base de educación y normas comunes. Desde este enfoque se entiende que la arquitectura de Rodríguez choque con el Barroco castizo español -Churriguera, Tomé, Ribera-. Es monumental y solemne, arquitectura de la magnificencia, se adapta a las funciones y se expresa con ricos materiales, trabajados excelentemente. Pero de ahí no puede deducirse el Neoclasicismo, al modo de Juan de Villanueva, cuya obra de profunda base teórica se ajusta mejor al reinado de Carlos IV.
Por si hubiera duda, es curioso comprobar cómo Juan Sierra, discípulo de Villanueva, al parangonar desde la óptica de una arquitectura racional científica -neoclásica- las obras de su maestro con las de Ventura Rodríguez, analizaba sin dificultad el legado de Villanueva, mientras que el de Rodríguez debió enfocarlo desde el Barroco, como la resolución de problemas de composición unitaria de las partes e interrelación, ajena a la yuxtaposición y contraste neoclásicos.
En Ventura Rodríguez la arquitectura académica del buen gusto destaca frente a la tradición anterior. De ahí que algunos ilustrados, como Jovellanos, valorasen su obra como la del restaurador de la arquitectura, que "la levantó desde la mayor decadencia al más alto grado de esplendor... y fijó en él la época más brillante de la arquitectura española. Grande en la invención, por la sublimidad de su genio; grande en la disposición, por la profundidad de su sabiduría; grande en el ornato, por la amenidad de su imaginación y por la exactitud de su gusto". ("Elogio de don Ventura Rodríguez").
Ventura Rodríguez Tizón nació en Ciempozuelos, Madrid, el día 14 de julio de 1717, siendo hijo del maestro de obras Manuel Rodríguez y de Jerónima Tizón. Las biografías antiguas son muy precisas en estos extremos, pero aportan muy poco sobre sus ideas e inclinación profesional. Contrajo matrimonio con María Antonia Rojo, fallecida el 10 de agosto de 1750, y en segundas nupcias con María Micaela Cayón, hija del famoso arquitecto gaditano Torcuato Cayón, la cual moriría el 16 de enero de 1776. No consta la fecha de ninguno de los dos matrimonios, ni tampoco hay constancia de que tuviera descendencia. En la práctica, Manuel Martín Rodríguez (hacia 1751-1823), hijo de su hermana Bernardina o quizá hijo natural de Rodríguez, fue su discípulo y heredero. Lo familiar acaba aquí o, si se quiere, el 26 de agosto de 1785, día en que murió, siendo enterrado en San Marcos de Madrid, que él mismo había diseñado.
Ventura Rodríguez pudo iniciarse en el dibujo y la arquitectura en el propio ambiente familiar, con estimables antecedentes de estilo barroco castizo, como se ve en la ermita de Nuestra Señora de la Salud, que su padre construyó en Borox, Toledo. Su personalidad ha sido desmida como la de "un hombre de sensibilidad extrema, de una capacidad de asimilación prodigiosa que, unidos a una mano feliz, le hicieron ser un proyectista inigualable" (Chueca). La altísima calidad técnica de los proyectos, la limpieza de trazo y la claridad para concebir volúmenes y espacios en el plano, como resultado de cualidades innatas o disciplinadas con la práctica, destaca inmediatamente en la obra de nuestro arquitecto.
A los catorce años (h. 1730-1731) entró al servicio de E. Marchand, que dirigía con gusto francés las obras del palacio de Aranjuez, para servir los deseos de Felipe V. Durante su formación hizo dibujos para el ornato del Real Sitio, que fueron aprobados por el rey. Tras la muerte de Marchand (1733), el joven Rodríguez pasó a ayudar a J. B. Galluzzi, un italiano traído por Isabel de Farnesio, cuya muerte (1735) coincidió con el incendio del Alcázar de Madrid -Nochebuena de 1734- y con los deseos de Felipe V de construir un nuevo Palacio Real.
Hizo venir desde Lisboa a Filippo Juvarra (1678-1736), el más importante arquitecto de Italia y representante del esplendoroso barroco romano, de fuerte sabor clasicista. Desde su llegada en abril de 1735, Juvarra se ocupó en la creación de un vasto proyecto palaciego, que debía ser símbolo político de la nueva dinastía y símbolo arquitectónico de la modernización de la España de los Borbones. Las novedades de la arquitectura italiana que Juvarra había desplegado por las capitales de Europa: Turín, Viena, Mafra, París..., fueron asimiladas en el proyecto del Palacio Nuevo, que propuso construir fuera del núcleo del Alcázar, porque "por su estrechez e irregularidad harían que el mejor arquitecto perdiese su crédito".
A los 18 años Rodríguez entró como oficial delineante al servicio de Juvarra, quien influyó definitivamente en la concepción plástico-espacial del joven aprendiz, durante el año escaso que trabajaron juntos. Jovellanos escribió "que debía a Juvarra lo mejor que había de su arte", ligándolo a través de él al Barroco romano de Maderno, Bernini, Borromini, C. Fontana y C. Rainaldi.
En el ánimo de Felipe V avanzaban los deseos de construir el Palacio Nuevo. Juvarra, muerto en Madrid en 1753, fue sustituido por su discípulo Juan B. Sacchetti, que ya había realizado sus proyectos en Tívoli. Sin embargo, en Madrid, a donde llegó en 1737, prácticamente tuvo que diseñar un nuevo edificio adaptado al solar del viejo Alcázar, al rechazar Felipe V el proyecto horizontal de Juvarra. Muerto el rey en 1746, Fernando VI (1746-1759) dio un gran impulso a las obras del Palacio, ejecutándose en su tiempo la Capilla Real, para la cual Sacchetti y Rodríguez trabajaron estrechamente.
De modo progresivo, Rodríguez fue afianzándose en el obrador de Palacio. En 1737 era primer dibujante y sucesivamente fue Aparejador segundo de las Obras Reales y del Palacio Real (1741), lugarteniente de Sacchetti (1742) y arquitecto delineador mayor (1748). La mayor parte de su trabajo lo desarrolló de modo anónimo, dibujando para las obras reales bajo la mirada atenta de sus maestros, pero asegurándose comisiones particulares, como el túmulo funerario del cardenal Molina en 1744, y en 1749 la pequeña iglesia de San Marcos de Madrid, que abre su etapa de madurez.